domingo, diciembre 31, 2006

dos días de diciembre

El 29 de diciembre una borrasca en el norte nos trajo esto.


Es el rompiente de Tres Piedras. Al fondo, sobre el arrecife, abre una ola profunda y desierta a la que llaman la U.
Cuando llegué, tan temprano, M ya estaba en el agua. Quise parar a hacerle fotos desde el Eduardo. Pero entonces vi esto, partiendo tan noble y firme que guardé la cámara y me lancé. Dos horas de frío y largas derechas para los dos. Los otros pájaros debían de estar aún en la cama, o ateridos en sus furgonetas, calentando café soluble en un infernillo y esperando al sol de invierno.
Mala decisión, porque con la bajada de la marea la ola de Tres Piedras se hace baba y ya no hay modo de cabalgar.

Al día siguiente, sábado, le propuse a M que buscáramos otro pico más alejado, temiendo que llegaran ejércitos de surfistas de la capital, que después de lo del viernes ya estarían avisados.


No eran las diez cuando, al bajar del coche, vi esto. Dentro, claro, sonaba Pink Floyd.

Le dicen Calita. Antes de entrar. Es una ola a la que sólo acuden tabloneros porque los demás prefieren Tres Piedras, más vertical. Los fondos de Calita son un tanto irregulares y suele romper algo fofa, pero larga, abierta, ofreciendo siempre túnel y salida hasta la playa.


¿Ven? Pureza. Mr Inocent me perdonará la resolución. Ya sabe, si me lee, que le debo algo, que ya está entrando en el horno. Paciencia.




Desde aquí no se les ven las caras, pero les aseguro que todos están muertos de la risa.

Terminaba la sesión. El sol del mediodía las vestía de papel de plata, como los arroyitos de los belenes.

Es 31. Me marcho un par de días a otras playas. Les prometo fotos a la vuelta, si la marejada acompaña.


jueves, diciembre 28, 2006

el tiempo en contra

Tenemos el tiempo en contra.
En el dieciséis bastaba con conocer
un puñado de grecolatinos
cuyos tratados y poemas cabían
en un solo estante.
Poseer un manuscrito
con versos en sánscrito
o hablarle de Safo y de Catulo
a una cortesana
parecía una excentricidad.

En el diecisiete era suficiente
con añadir dos o tres anaqueles
al primero, que ya cobijaba nobles polillas,
y dejar bien claro que uno se sabía
de memoria una tirada de Lope
y el argumento de las obras más raras de Corneille.

En el dieciocho tenías que decir
que volvías a leer a Ovidio de cuando en cuando,
sobre todo para descansar
de los compendios de botánica austral
con los que cabeceabas la siesta
antes de redactar una carta
solicitando tu admisión
en el Círculo de Amigos del País.
Desafortunadamente,
tu cámara se iba haciendo cada vez más pequeña
y tuviste que mandar que construyeran
una escalera con ruedas
para acceder a los diccionarios, las gramáticas
y, especialmente, al atlas ilustrado de López Ruano.

En el diecinueve lo primero era hacerle sitio
a la Enciclopedia Británica,
y al lado las monografías,
los estudios filológicos y, maldición,
las antologías poéticas
que algún imbécil ya andaba preparando.
Después fue necesario dedicarse a las novelas,
prolijamente clasificadas por idioma,
autor y fecha de edición,
y cada tanto reunirte
con otros como tú
para que no se te escapara ninguna novedad,
si bien recibías en tu casa
distintos mercurios y gacetillas literarias
que te mantenían sucintamente informado.

Llegó el veinte jodiéndonos
con los primeros manifiestos vanguardistas.
Ya no dabas abasto para formarte juicios
-argumentados juicios, se entiende-
sobre la coherencia intelectual de tal o cual escritor,
de quien se sabía
-el ama de llaves lo había asegurado-
que no cerraba los ojos
sin haber rezado antes un rosario.
Con cierta prudencia debías integrarte
en algún grupo de renovadores integrales,
sin enfadar demasiado a los dueños integristas de las editoriales
y dejando expeditas esas íntegras convicciones
que tan pronto se verían anticuadas.
No bastaba una sola habitación
para darle cabida a tanto polvo
que se acumulaba sobre los lomos
de los libros y de los discos de pizarra
que hacías sonar
para que te inspiraran a escribir
ese poema estilo Kavafis que nunca salía.
En las tabernas bebías duro lo que hubiera
pero la tesis que no acababas
intentaba buscarle una aplicación contemporánea
a las teorías de Castelvietro
sobre el arte de la comedia.
Te indignaba
el convencionalismo moral del teatro,
te seducían las chicas de las salas de fiestas,
recelabas ya un tanto del imperialismo estadounidense
y no dejabas de repetir
que el futuro de la literatura en español
estaba en Hispanoamérica.
No dormías, recibías más revistas
de las que podías desempapelar
y más poemarios lumen de los que podías guillotinar,
te lamentabas de lo pronto que te hacías viejo
y decidías ampliar otra vez el estudio,
aun a riesgo de que la sala de estar
acabara pareciendo un camarote.

En los sesenta la batalla estaba perdida.
Hasta ese momento
te habías resistido al nuevo enemigo
dedicándole un presuntuoso desprecio,
pero la aparición de Cahiers du cinéma
hizo vanas tus renuencias.
Y así, mientras intentabas recopilar discos de jazz,
te esforzaste por aprender a pronunciar
extraños apellidos que, repetidos,
parecían fórmulas mágicas:
Fastbinder, Strongheim, Chabrol,
como si de pronto fuera a materializarse, chof,
un diablillo sobre tu escritorio de madera de haya.
Por fortuna todavía era de mal gusto
decir que el cine norteamericano
era más que una industria.

En los setenta tu biblioteca crecía tanto
como las estanterías que formaban sonrisas
con el peso de los discos de folk.
La aparición de los reproductores de vídeo
en los ochenta hizo que no quedara
un solo hueco libre en las paredes de tu casa,
que, por otra parte, ya no tendrías que pintar cada verano.
En los noventa renunciaste al ordenador personal
pero sólo por un tiempo,
porque después de leer aquel artículo
sobre las bases de datos y los grupos de noticias
entendiste que habría encargar en Crisol
dos o tres manuales de software.
Y luego las colecciones de los periódicos,
los fascículos, los diez mil títulos
que se publican cada año,
la música contemporánea, los festivales de cine,
las exposiciones temporales,
los museos al aire libre, los viajes,
los hoteles con encanto,
el Discovery Channel,
la National Geographic,
el Moma, el Macba, la Tate Modern, el Pompidou,
los congresos, las ediciones anotadas,
las casas colgantes de Cuenca,
la decoración de interiores, la filosofía oriental,
la playa de Bolonia, la adolescencia infinita,
los neocon, el montaje del director, la versión expandida,
las reediciones, el fallo de los jurados, el revisionismo,
la noche temática, el cine animado para adultos.

Tenemos el tiempo en contra.
Ahora que no hay modo de saberlo todo
y que saber un poco de algo de nada sirve,
tal vez sería mejor si desconocieras el origen de cada cosa;
y detenerte, quizá, en asuntos menores y tontos
como, por ejemplo, el niño de cuatro años
que grita en el pasillo para que le dejes entrar.

Pero casi nunca.

viernes, diciembre 22, 2006

en lo más crudo del invierno


Agosto.
Desayuno tardío.
¡Ay-ñoranza!

jueves, diciembre 21, 2006

mensaje en una botella


Mis queridas sonrisas:

Permitidme que os hable llano y patee el estilo en esta entrada, que en realidad es un mensaje de auxilio. Me guardo el pudor para deciros que en mi instituto tengo una simpática bibliotecaria que anda pidiéndome ayuda para alimentar nuestras estanterías, un tanto hambrientas, con esos libros que con quince años te tumban de un golpe, los que te hacen trasnochar, ya no entendemos. Yo exprimo y exprimo pero la lista siempre me queda corta. No se trata de decirles a nuestro chicos qué deben leer (hace tiempo que me di cuenta de que hay que provocar el encuentro, mirar de lejos, no preguntar tantas veces "¿qué te ha parecido?"), sino más bien escogerlos, rotularlos, hacerles un hueco casual entre los diccionarios y los manuales de historia y física y química (aunque no lo crean, todavía estudian los bachilleres la tabla de los elementos, esa cábala).
En definitiva, ¿cuáles os dolieron, cuáles os hicieron olvidar los granos y la antipatía de esa morenita que ni te miraba?
Se agrade cualquier aportación a esta colecta.

Agradecimientos densos a todos.

martes, diciembre 19, 2006

no me digan que si Fonollosa


Necesito una mujer
sobre la que depositar mi cansancio;
alguien que escuche mis historias
y desoiga mis miserias;
una mujer a quien acompañar
y que me acompañe,
sanos camaradas, pulcros amantes sin actas notariales
ni desvelos ni desmesuras.
Lo mismo, en definitiva,
que tantos judeocristianos
desearon infructuosamente durante siglos
mientras contemplaban sus frentes anchas
en el vientre-espejo de unas esposas
a las que no amaban.

Yo no diré jamás
-quiero decir, de nuevo-:
conmigo basta,
soy grande y rudo
como una montaña,
las mujeres son para mí
un juguete luminoso.

A voces confieso mi debilidad
y mis complejos.
Y afirmo que necesito
una mujer a mi lado
porque difícilmente
podría soportarme
a mí solo
durante otros treinta años.

domingo, diciembre 17, 2006

la cuestión social

El viernes, un chico indio de 2ºB no pudo hacer el examen de gramática que amorosamente yo había preparado para ellos porque estuvo recogiendo algodón en la finca de unos aparceros, cerca de Lebrija. Sucede que la trilladora no puede acceder a todos los recovecos del terreno, y es necesario que una cuadrilla vaya detrás para limpiar las varas que deja intactas.

Hace tres meses logró subirse a un mercante en Madrás que lo llevó hasta un puerto de Somalia. Desde allí, caminando y en autobús, llegó a Chad varias semanas después. Quería cruzar a Italia pero el pesquero en el que consiguió enrolarse faenaba enfrente de Marruecos. Desembarcó en Tánger, cruzó la frontera, se coló en un camión de frutas y apareció en Cádiz. La policía lo detuvo y lo dejó en un albergue. Al día siguiente estaba en el instituto, con ropa prestada que le quedaba pequeña, un cuaderno y dos bolígrafos, uno azul y otro rojo.

Apenas tardó un mes en aprender español. Al menos lo suficiente para pedir trabajo y resultar simpático. Es simpático.

Tiene las manos llenas de heridas que no terminan de cerrarse y que, a veces, tenemos que limpiarle con betadine en el recreo.

Si me viene alguna Fallacci o algún Fukuyama con alguna memez parecida a ya no hay lucha de clases, la historia ha muerto o algo así les juro que los meto en la trilladora. Y no me digan, después, condescendientes, que si toda revolución construirá con el tiempo las mismas estatuas que derriba.

viernes, diciembre 15, 2006


Comienzo el poema
con una imagen feroz:
niñas armadas con sexos terribles
como negras ventosas
me circundan.


Decido continuar
con un verso cándido y presuntuoso:
quiero laureles de atleta
y procesiones a mis pies
que reconforten mi ánimo herido.


Y luego tal vez
podría escribir ocho cuartillas
diciendo que persigo
una verdad oculta
cuya existencia
sólo nosotros, los hiperbóreos,
conocemos.

Pero lo cierto es que
en esas ocho medias páginas
no habría una sola idea
distinta de las que albergo
cuando, al terminar el día,
devoro con fruición
un plato de arroz hervido.

Es cierto que cada hombre
es una vana repetición
del anterior.
En estricto orden de antigüedad
se agolpan en la estantería
sus cadáveres.

Pero, diablos,
qué hacer sino decir yo también
que absorbo sus sexos oscuros
que huelen a detergente.

jueves, diciembre 14, 2006

Los malditos


Tan a menudo se nos ofrece el dilema
que nos habituamos a su pastosa incertidumbre,
y, mansos como pájaros heridos,
nos sentamos en el lugar más cálido de la casa
para dejar que se deshagan sus partículas
como el pequeño panoramix
que a veces ponemos debajo
y a veces encima de la lengua.


Si además ocurre que llueve
y caen como plomo fundido
las gotas sobre un alero de uralita,
entonces, vaya,
entonces ya del todo renuncias,
entonces ya humillas la testuz,
ya entregas las llaves de la ciudadela que no defendiste,
ya abates el postigo del baluarte
donde tiembla lo que queda de tus guardianes flacos,
ya dejas que te coman crudo el hígado
quienes decidieron que en nada
se distinguen tus pensamientos
de los de nadie.
Y mejor extraviarlos, pues,
mejor sonreír con ingenuidad
y olvidar cualquier conjetura de grande tamaño
dedicándote a cosas ciertamente arduas
como, por ejemplo, poner cada camisa en una percha
y abrochar todos los botones.

Lo que duele, lo peor,
lo que sabes que no vas a soportar
es que, aunque tu decisión sea firme,
al darles la espalda te parece
que en las estanterías
La montaña mágica, sobre todo-
te escrutan, murmuran, hacen crujir sus hilos dorados
y se burlan de ti, los malditos.

cristales y mordidas



Las dunas, la luz de verano antiguo, el inacabable cristal... Los que acuden por otros motivos tal vez no lo entiendan. Los que de vez en cuando se acercan a tomarse una taza de té conmigo y hablar de insustancias, poliestileno expandido y marejadas, seguro.
Y a ésos no tendré que decirles cuánto, cuánto me muerde esta delicada geometría.
Fragmento de Endless summer (1966). El surfista es Michael Hynson, si no me equivoco. Bajen el audio, que el acentazo del narrador es espantoso.

Y otra nota: como ven, cambié el paraguas. El otro me dio problemas técnicos. Bienvenidos a Mundoazul, que creo que es adecuado, por otra parte.

martes, diciembre 12, 2006

Son aguas estancadas
las voces de otros,
incluso las de quienes
me ofrecen su afecto impecune.
Entre ellas mis palabras
apenas se calzan sandalias de plata,
sino pesadas botas de cuero
que sacudo, llenas de lodo y nieve,
sobre sus juicios banales.

contemplación


Si, como ellos,
pudiera contenerme
en un sobrecito de plástico
que me permitiera ver
el más allá,
mi sola redención,
quizá-entonces
entonces-quizá
las manos y los pies
en los que mi cuerpo termina
me parecerían menos trozos de otro,
menos implantes de otro,
menos cosas eléctricas
que me impiden robar narices de niño,
echar monedas en la cabina,
parar un taxi.

Y si, como ellos,
a partir de mis rodillas
se juntaran mis piernas
en un solo filamento
que sacudiera
e hiciera tracción
en algún líquido;
si, como les pasa a ellos,
llevara una carga explosiva
prendida de sus no-pupilas,
entonces-quizá
quizá-entonces
quedarían expeditos
los labios y las convicciones
de una mujer amable
y, en general,
del mundo que en las avenidas
son trozos de otro,
implantes de otro, narices robadas.

Ahora contemplo
lo que de mí ha quedado,
cómo me contengo dentro de esta bolsa atrapageneraciones,
cómo se hacen pedazos
los mil-cien-noventa de los míos
que boquean en una pecera llena de gel de avena
pidiéndome (soy su dios)
que haga ras-ras
con las tijera de manicura
y los deje aletear
en la cisterna,
esperando-acechando-ajustando
las presillas de los explosivos
por si a la que duerme conmigo
le vienen ganas de algo y se sienta
y expeditas exhibe sus convicciones
y, sobre todo, sus labios.

domingo, diciembre 10, 2006

Lejos quedaron las playas blancas y los estucos del verdeazul. Sólo ruedan bolsas de plástico si es diciembre, ocho grados y sopla tan fuerte y del norte.

El mar es una enredadera de barro donde anidan ratas de tamaño humano.

Pero hay otros lugares y suficiente gasoil y primaveras y otra vez la primera cosecha del año.

Y también hay (pero no les digan que les dije) playas donde nada se mueve si no es a tu antojo.

bolonia ultrajada


Digo que es una farsa.
Que lo inventaron los directores-productores-decoradores
bajo el auspicio de los poetas a-tanto-el verso y de sus películas.
Digo que fueron bien diligentes en su oficio,
que biengastaron sus suelas deambulando sobre las moquetas de sus estudios
para concebir esa idea mágica que vendría a sajarnos la cáscara de los ojos,
igual que las esporas de las flores de espuma
que vuelan y vuelan y se clavan en tus brazos y parecen suaves
y no sabes que lanzan uñas urticantes contra ti.

Ahora la trama es tan parecida a la realidad
que no es otra cosa distinta.
Incluso los gruesos héroes se sintieron conmovidos.
Incluso nosotros, los hiperbóreos, nos dejamos convencer.
Y aunque estaba previsto
que ofreciéramos una débil resistencia,
ni siquiera lo hicimos,
así de bueyes nos convirtieron.

Qué buen ardite, el suyo.
Qué prodigiosa mentira.

Sólo queda esperar que tú entiendas como yo el engaño.
Y que le hagas entender a tu compañero el engaño.
Y que tu compañero lo entienda
y se lo haga entender a un amigo.
Pero ni siquiera.
Supongo que cada palabra que escribo
y tus dedos en los márgenes de esta página
aparecen de igual modo en sus sagaces cálculos.

domingo, diciembre 03, 2006

despedida


Los asuntos mundanos, cualquier dilema,
su humildad fingida, su grandilocuencia:
mis amigos muelen y muelen sus teorías
y las convierten en finas lonchas de nada
con las que fabrican sábanas, bajoplatos, tortas de maíz.
Ignoran que del mismo modo
muelen y muelen mis ideas
en el vaso de las suyas,
obligándome a levantar murallas en torno a la vieja vanidad,
que me esperaba desde hace tanto
con todos sus garfios bien abiertos.

Suenan sus palabras en una habitación vacía
mientras hundo y hundo y hundo
surcos y fosas
e incluso silos de misiles
alrededor de mí,
de nuevo.

jueves, noviembre 30, 2006

yorick

Todos dicen con énfasis las suyas.
Todos quieren que aprendamos
las suyas
con deleite.

¿Qué pueden valer algunas palabras
si tantas abundan?
Tanto tiempo malgastado.
Toneladas de tiempo como carne envasada.

Tal vez debería guardarme un puñado de arroz en el bolsillo
y comenzar a usar el bolígrafo como cerbatana.

miércoles, noviembre 29, 2006

disociación

Tengo un sosias en el último curso de la secundaria obligatoria. Se parece tanto a mí que a veces cuando me siento le pido, ofendido, que se levante y vuelva a su sitio. Lee lo mismo que yo leía,
se peina igual de mal, se vanagloria del mismo modo de sus pequeños conocimientos y también le gusta –se nota- la rubita de la segunda fila.
Es sabido que los adolescentes mutan y replican, como bacilos, sobre nuestros cansados moldes, de manera que el hecho no debiera haberme inquietado si no hubiera observado últimamente que me detesta, que sufre con mis explicaciones, que le parecen absurdos mis ejemplos y desconsiderados los ejercicios que propongo. Arrogante y vano, de ningún modo trata de disimular el desapego con el que asiste a mis clases, en las que finge quedarse dormido y garabatea a posta pequeñas figuritas pornográficas en los márgenes de la novela de Baroja.
Por eso cada vez que miro su foto en el cuaderno me reafirmo en que debo volver a suspenderlo en septiembre y conseguir que no termine jamás el instituto, y se convierta en estibador o carpintero o contrabajista; cualquier cosa menos lo que soy.

funambulistas

Cada mañana
los gorriones juegan al balancín
con los cordeles de tender la ropa,
sucios artistas del trapecio
que observan mi nadaquehacer diario.

martes, noviembre 28, 2006


Dos días antes de las vacaciones de navidad, Ulisesindómito contrajo varicela. Pasó una semana envuelto en polvos de talco, como un bebé gigante, delirando y rascándose. Masticaba bobadas sobre señores que venían a decirle sostén esto, no te muevas, y mariposas descomunales como sábanas meadas que no pueden levantar el vuelo porque el aspersor del jardín les roció las alas. De madrugada llamaron a un médico bisoño que le inyectó antibióticos y lo sumergió en una bañera de agua helada.
A la mañana siguiente, a Ulisesindómito le había bajado la fiebre, y su mamá, aliviada, le preguntó qué quieres de reyes, hijo. Sin dudarlo, Ulisesindómito contestó: un libro de Neruda, uno cualquiera. La mamá se rió y dijo claro.
Ulisesindómito, que en mayo cumplirá quince años, ha decidido cambiar de vida. Dejará el equipo de fútbol. Y los scouts, que ahora le parecen una secta de soldaditos diminutos. No volverá a la parroquia. Se borrará de las clases de inglés. Quiere leer, en cambio. Quiere leer libros buenos, de ésos que sería sorprendente que un chico de quince años leyera. Y escribir, tal vez, o aprender a dibujar en serio. Romperá, y eso sí es una decisión firme, el carné del polideportivo.
Abotargado por los aguijones del virus, Ulisesindómito descubre que ama a Lindalovelace, la compañerita que se sienta justo delante y de la que sólo conoce los rizos dorados que a veces tiene que apartar para pasar la páginas del libro de historia. Al mismo tiempo, descubre por azar que en un canal local emiten porno en abierto a partir de las diez, cien veces la misma película.
La noche de reyes, se acuesta pensando en que se despertará con un libro de Neruda a los pies de su cama. Imagina que lo abre, lee los primeros versos, anota diez palabras que le gustan y se propone escribir con ellas su primer poema. Un poema que el lunes deslizará dentro de la cartera de Lindalovelace cuando todos salgan con estrépito al recreo y él se detenga a ordenar sus cosas como nunca hace para ganar tiempo. Amanece, y Ulisesindómito ni siquiera necesita abrir los ojos porque ese día ya ha transcurrido en su cabeza. Escucha voces y pasos en el comedor. Huele a café y a chocolate. Se despereza. Busca las zapatillas y encuentra junto a ellas una bolsa de caramelos de goma, una caja enorme y, reluciente dentro de su envoltorio, un ejemplar de Pro Evolution Soccer 9, la nueva edición. Agradece el regalo con besos ligeros, toma una ducha, cierra la puerta de su habitación y mira por la ventana hasta la hora de comer.

permanencia

Se marchó
el tren de mercancías
en el que huiste de mí.
Pero no el olor a vaca.

lunes, noviembre 27, 2006

Tres piedras, doble sesión

Segunda marejada de noviembre. Después del temporal..


Colas de caballo, crines de Sombragrís rompiendo sobre el arrecife.

Lunes. Primer baño, antes del café.

Atardece. Antes de que se enciendan las luces del aparcamiento queda tiempo para un segundo baño. Limpia apertura de derechas e izquierdas.


El Atlántico se extiende a lo lejos como una alfombra arrugada.

Los más hábiles trepan al labio al llegar a la orilla.

Desde el coche parecen tan amables como suaves señoritas de un sólo día.

Qué afortunados los que las conocimos.

inconsistencia



Y reír con groseras carcajadas sabiendo que nada es crucial, que todo fluye.
Todas las cosas de las que prescindo
arrastran lo más nocivo de mí
y me lavan la cara
con dedos invisibles.
De tanto me desprendo
que en ocasiones debo
lastrarme los pies
si quiero mirar a los ojos
a la que duerme conmigo.

Pero ocurre que lo que pierdo,
lo que dejo que pase sobre mí
sin dejar apenas un residuo,
en ocasiones se resiste
y trata de colgar algún anzuelo
de pastosa sensiblería
en mis cabellos.

domingo, noviembre 26, 2006

no todos los que deambulan están perdidos

No pretendo decir todas las cosas
cuando digo una sola.
En el verso que escribo hay apenas un verso,
es decir, un juguete cósmico,
pero no la cifra de nada infinito
ni el signo que desvela ninguna certidumbre.
Quienes desliaron la urdimbre
en la que nuestros antepasados habitaban
ya nos avisaron de que al final del ovillo
sólo había una campana de gauss
sin martillo.
Muchos se cobijaron debajo
y la exhibieron en lo que escribían
lamentándose, después, de severos dolores de cabeza.
Para evitar cefaleas he inventando este entretenimiento,
y sólo a veces recuerdo
que los cascabeles con los que calcé mis tobillos
también tienen un ancho hueco dentro.

sábado, noviembre 25, 2006

No a la transmigración en otra especie

Hay temporal en toda la bahía. En la playa se te hiela la nariz. El mar está oscuro, embarrado como una alberca. Desde las cristaleras de la cafetería lo veo reventar contra los cubos de hormigón de la escollera. En el periódico, un anuncio de viajes Kuoni promete transmigraciones a Costa Rica en clase turista, con todo el alcohol que puedas beber a bordo y señoritas que se desnudan en los lavabos a cambio de una mueca. Tu habitación tendrá vistas a un rompiente azul y suave. Acepto. Embarco. Remonto.


Yo soy el flaco que está a punto de ahogarse, al final de la ola, por si no me reconocen.

viernes, noviembre 24, 2006

inquietud

La mayoría me llama por ni nombre.
Pero hay algunos que para que vaya a sus mesas
levantan la mano y dicen: -Maestro.

Y aunque me voy acostumbrando
a tan extraño tratamiento
no consigo contener
un incómodo arrebato mesiánico
cuando sucede.

jueves, noviembre 23, 2006

El verano había reventado los vidrios de los ojos
con vientres opalinos y hombros atravesados de clavículas finas
como varas de bambú.
Yo custodiaba una caja de apertura retardada
que nos habría dado diez minutos de intimidad
si ella no hubiera venido,
simplemente, a pagar el recibo de la luz.
No guardaba ningún revólver
en el pequeño bolso de hilos de colores
y espejuelos como quincalla
con la que engañar a los indios,
sino apenas una cartilla de ahorros,
las llaves de un coche que se la llevaría lejos
y una cartera con fotografías de niños rubios en primer plano
y flores y palomas y una fuente de piedra al fondo.

De súbito, idiota me volví
cuando su vestido de rayas
dio dos pasos decididos
hacia mi ventanilla.

De súbdito idiota, obediente,
buey, grey, sumiso bajo su corona de estrellas,
fue la sonrisa de treinta y seis piezas dentales
con la que vulgarmente exhibí
mi plebeya condición.
Se portó como una madama
de altísimas agujas y modales exquisitos,
de las que sin decir mucho
basta para que entiendas
el tamaño de las fosas abisales
que la separan de ti.

Dijo buenos días, me devolvió el bolígrafo, en fin.
No tenía nada que reprocharle.
Pero al despedirse enarcó una ceja
como encendiendo los ciscos
que dejaba, deshechos, detrás del cristal blindado.

Me bastó con eso.
Consciente de la infinita crueldad que
se esconde en materias tan comunes,
decidí cobrarme una pequeña venganza,
desfalcando una mínima cantidad de su cuenta a la mía.

Y ahora, cuando un vestido de rayas
con una mujer dentro
elige insensiblemente mi ventanilla
ya no tengo que correr a casa
y esconder la cabeza en la almohada
y escuchar a la que se casó conmigo diciendo
mil veces
qué te pasa.

Con vientres opalinos y clavículas finas como varas de bambú
había reventado los vidrios de los ojos el verano.

miércoles, noviembre 22, 2006

A veinte minutos de aquí hay una venta donde cocinan arroz con cualquier cosa. Jabalí, conejo, ciervo, pichón, pato. Mi mujer y yo solemos pedir una cazuela de arroz con pato, pero lo cierto es que todos los guisos tienen el mismo aspecto marrón y meloso, y sólo se diferencian por el tamaño de los huesecitos que, después de cada cucharada, tienes que escupir en la servilleta. Por dos euros más te sirven una jarrita de vino joven. Como hay que conducir un buen trecho, acordamos hacer turnos, de manera que una vez bebe ella y otra vez bebo yo. Cuando volvemos a casa invariablemente reproducimos la misma escena: el que ha bebido duerme la siesta; el conductor lo contempla.
El domingo le tocaba beber a ella. El arroz estaba particularmente sabroso y denso. Disfrutábamos. Nos reíamos.

Por eso tiré la servilleta al suelo y no dije nada cuando descubrí una uña rosada y blanda entre los restos de un cartílago que no conseguía masticar.

perspectiva

Cuando hago que mi bicicleta
sobrevuele las losas encharcadas
del paseo marítimo,
los insectos que anidan
en las cuevas que el viento ahueca
en mis cabellos
se preguntan dónde terminará esta vez
la maravillosa travesía
que su simbiótico héroe ha emprendido,
tan osado, antes de cenar.

Tres Piedras, noviembre de 2006


Viernes, sábado, domingo y lunes.



Cuatro días seguidos de marejada.

Sin viento. Veinticinco grados. Once de la mañana. Nadie en el agua.

Yo sí.




martes, noviembre 21, 2006

hallazgo

Encontré un caballito de mar dentro de su vagina.
Era verano. Ella vino a mi casa.
Le conmovieron las fotografías recortadas,
el boletín de notas, el libro de familia.
La siemprencendida mordía nuestra conversación.
Sus rizos, como campanitas doradas,
iban de un lado a otro.
Había tomado el sol. Había buceado.
Una picadura partía en dos su nariz.
Durante los deportes intentó entrar en mis bolsillos.
Soplaban vientos raros en el mar de Alborán
cuando dejó las pulseras dentro de un vaso.
Sentada sobre el alféizar,
no pudo ver mi sonrisa
cuando con la punta de la lengua
extraje la minúscula consonante de escamas.
Era pequeño como una sortija.
Lo escondí muy rápido para no avergonzarla.

Al día siguiente dejé que se secara en la ventana.
Hoy lo guardo entre las hojas de un libro
como una flor robada.

descompresión





Míriam, 1º de ESO B, doce años



Relato de Lengua

Detrás de esa colina que parece que alguien ha colgado encima de la dehesa vive un extraño hombre que jamás ha pisado el pueblo. Sólo algunos han hablado con él y los que lo han mirado a la cara aseguran que está cubierto de horribles cicatrices, como si fuera un ser hecho a trozos. Cicatrices como si hubiera habido una erupción en su casa o se le hubiera reventado un cristal en la cara. Si tuviéramos una foto de cómo era antes o supiéramos algo de su vida... dicen los lugareños. Siempre va en chándal o en vaqueros, y es raro cuando va en vaqueros. Él piensa que la gente es extraña con él porque le preguntan cosas que él no entiende o no sabe contestar; aparte de que es mudo, claro, y nunca puede contestar porque no lleva ni boli ni papel. Si alguien le diera algo para escribir les diría que no hicieran tantas preguntas para que no se pusieran tan obtusos. Hasta que por fin un día se compró un cuaderno y pudo decirles a todos que era mudo y así se terminó todo el preguntadero de los vecinos, que eran unos pesados, la verdad. FIN.

lunes, noviembre 20, 2006

Il faut être sublime sans interruption

Recientemente he descubierto
que sin interrupción
soy un hombre común.
Común cuando salgo sin desayunar
y finjo que me entretiene mi trabajo;
común cuando quemo un filete,
cuando me detengo para ver zumbar una ambulancia,
cuando levanto los ojos si un helicóptero me sobrevuela.
Común, en fin, en muchos sentidos,
íntimos y plurales,
que sería prolijo detallarles.

A lo que pretendo llegar
es a que, atiéndanme,
lo de Baudelaire era un cuento
y sobre todo una vileza
que, si te alcanza demasiado pronto,
puede hacerte trizas.
Y créanme que resulta difícil
recomponer las tiras de papel
que, diablos, nunca encajan.
Naturalmente te salen voces raras
que no son tuyas y decepciones
y malos recuerdos y toros de bronce
al cruzar el puente de Toledo.
E incluso cosas peores.

Si alguno fue tan idiota como yo lo he sido
sabe de qué hablo.

domingo, noviembre 19, 2006

Hay que resignarse. Abrir el baúl, que huele a naftalina, y comenzar. Primero los abrigos. Luego las bufandas y los jerséis. La manta de cuadros que ponemos encima del sofá. Y la tristeza infinita de guardar en una caja de bombones los bikinis de mi mujer.

Todo el domingo sacando la ropa de invierno.

holocausto

Hay un pastor
que trashuma
en los bordes
de la A47.
Carga un transistor
en la mano,
y le siguen
treinta cabras flacas
y un perro ovejero.
Las cabras comen
patatas fritas,
filtros de cigarrillos,
cables y huellas de neumáticos.
El perro, las negras bolitas
que dejan las cabras a su paso.
Luego en el corral
las llama por su nombre
y las ordeña,
sacando de sus ubres
un producto amarillo
con el que prepara
quesos daneses
y yogures griegos
que saben a huellas de neumáticos,
patatas fritas,
y filtros de cigarrillos.

Su radio provoca interferencias en la mía.
Como hacemos todos los martes
el mismo trayecto,
he acabado saludándolo
desde mi berlina tdi.

Sucedió
hace un mes
que una de sus cabras
saltó el quitamiedos
para devorar un kleenex perfumado de eucalipto
que alguien distraídamente
había arrojado por la ventana.
Raudo, el perro comebolitas
fue en su busca,
logrando evitar que un opel omega
la triturase a ella,
pero no a él.

Como el de Áyax,
su cuerpo quedó exangüe
en el carril de adelantamiento.

Un mes, como el de Áyax,
permaneció el cadáver
sobre la alfombra gris de su triste holocausto.
En ese tiempo todas las veces
conseguí esquivarlo
al salir de una curva rasante –nnnnnnn-.
Pero hoy me he despistado
pensando en las minucias
que a veces me preocupan
sin poder evitar (en serio, no pude)
que dos de mis ruedas de quince pulgadas
estamparan bridgestone en el seco pellejo.

Ya en casa he creído volverme loco
al descubrir que sus rosados intestinos
se habían enredado como serpentinas
en las llantas de aleación
que aquel agente comercial
me consiguió a tan buen precio.
Conmocionado,
he rociado sus restos con aceite de motor
y les he prendido fuego,
como si mi tdi fuera un altar
de primitivos sacrificios
con guardabarros cromados,
tapicería beige
y volante de cuero.

Y luego

los bomberos con estruendo de parque de atracciones,
en un cajón de la cocina la póliza del seguro que late
como el corazón arrancado de un ciervo,
la explicación que mi mujercita
no va a creerse cuando vea en la acera
el círculo de espuma blanca

que me acusa.
Llegó la marea que esperábamos. El jueves un temporal feo le daba bocados a toda la bahía de Cádiz. Pero el viernes amaneció despejado, sin viento. La playa estaba llena de restos de aparejos de pesca, botes de suavizante, boyas de plástico rojo y peces muertos. Ordenadas como niños de uniforme que caminan en fila por la acera, las olas comenzaron a partir sobre el arrecife, derechas e izquierdas, derechas e izquierdas. Y siguen. Tres días limpios en pleamar y bajamar. Madrugas, desayunas, subes al coche y cuando llegas te entra la risa, de tan sencillo que resulta. Suerte tener la playa justo a la distancia de una canción de Pink Floyd.

Mi hammán.

viernes, noviembre 17, 2006

toma de tierra

Me han regalado un robot de cocina. Sabe hacer lasaña y redondo de ternera y arroz con chipirones. Lo pones todo crudo y le das a INICIO. El otro día hizo marmitako. En serio, marmitako. Mi madre dice que si le metes un doble-ancho de una tela bonita y un carrete de hilo seguro que te hace unas cortinas. Debo reconocer que su musaka es mejor que la mía. Mucho mejor. Y con la salsa boloñesa no tiene rival. Por eso hoy he comprado un paquete de folios y un par de bolígrafos baratos. Todo crudo. Programa 12, hora y media.
Faltan diez minutos. Estoy aterrado.

jueves, noviembre 16, 2006

Detrás de las ventanas
los automóviles.
En ninguno de ellos
tú hacia mí.

mantequilla


Durante cuatro años dejó caer los brazos
para evitar la dulce acusación de impiedad
y resolver el crudo enigma con palabras no suyas.
Errado su cometido desde el principio...
Con dureza treinta veces treinta fue negado-consentido,
en una habitación salvaje, perfectamente inconsciente
y refutado en demasiadas ocasionespor el discurso de un viejo al que obedecía demasiado.
Del árbol menos elevado cae como una bendición la horca de los sacrificios.

Fotografía del interior de una vagina: resonancias sin cebo.
Hay rocas que sostienen algunos huesos atrasados,
muy pocos, por desgracia;
hay otras cosas, pero me ofendería contarlo
(no digan que fui yo: caballitos de mar, caracolas,
anillos anticonceptivos, recortes de uñas de varón,
alianzas de oro, algodón de azúcar,
envoltorios de calcomanías).
Que los mares cálidos, del mismo modo que hicieron conmigo,
los descalcifiquen y dejen que los peces les roan el tuétano, tan sabroso.

Su verdadero hogar-útero fue una desconocida.
Era centelleante como una jungla;
pero en el lienzo de su cráneo
se proyectaba invariable el delicado cuello de quien la traicionó.
De su clavícula pendía una mentira.
Despreciable curso de las cosas cotidianas…
El día que se conmemoraba una revolución cualquiera
escribió una carta que no franquearía
donde dijo cosas graves, algunas que te hubieran ofendido,
otras que incluso te habrían hecho reír.
Pero el argumento, tan común, aburre a los espectadores,
que ahora rugen en la sala suplicando nuevas escenas de pura violencia
sin que yo sepa modelarlas para ellos,
porque, por desgracia, siempre finjo que no les pertenezco

.[oraciones despiadadas cuelgan
de los hilos de la pantalla de nailon;
nadie acude]

Una lástima acabar de este modo.

Mi cerebro, pobrecito:
mantequilla asada.

miércoles, noviembre 15, 2006

judías verdes

No es cuando cobras tu exiguo primer sueldo
ni cuando firmas las primeras letras
ni cuando recibes la felicitación navideña de la caja rural.
La primera vez que te sientes
realmente imbécil
es cuando la profesora de inglés
te dice que es fantástico que uses el diccionario
en tus triviales composiciones
pero que por más que te empeñes
a boat of green jews
no pudo ser lo que tu padre calentó anoche para cenar
porque mamá estaba en el hospital.

quien lo probó lo sabe


... sabe que el mejor momento no es cuando ves pasar el fondo a tu pies como una cinta transportadora, ni cuando giras justa encima de un labio que se mantiene intacto, lejos de la corrupción de la espuma. Es antes. Es cuando aún no ha sucedido. Es cuando miras a tu derecha y ves la senda ovalada , como la arruga de una alfombra, abriéndose en el tiempo detenido.

decepción

En el espejo ovalado,
detrás del matrimonio Arnolfini
y el horrible perrito de aguas
y los simbólicos escarpines,
hay una inscripción que dice:
Van Dijk estuvo aquí.
Cuando lo leí en la guía del museo
casi tengo que sentarme.
Entonces, ¿se trataba de eso?
¿Lo mismo que cuando me subo al váter
del lavabo del cercanías
y blando un edding 3000
para caligrafiar mis iniciales?
¿A todos nos arañan los mismos dedos?
¿La misma mordida de evanescente vanidad?
¿La misma insoportable
visión de nuestros párpados cerrados
y el ahogado que bracea en el mar infinito
donde escribe y escribe
sin resultado
yo me ahogué aquí?

En la tienda compré una postal.
Ahora la llevo conmigo
para recordarme que soy aún más simple
de lo que pensaba.

martes, noviembre 14, 2006

resolución


El asunto es muy simple:
se trata de ir haciéndose menos humano cada vez,
y acabar siendo algo parecido a una bacteria de pensamiento imposible.
Una bacteria que habite, por ejemplo,
en la infección vaginal de una mujer hermosa.

El médico me dice:
tienes pie de atleta.
Y yo salgo de la consulta
saltando vallas y adornándome con laureles.