miércoles, enero 31, 2007

Trabajo, como, limpio la casa, beso a mi mujer, pierdo el tiempo, casi siempre sin ella.
Luego corrijo algunos ejericios, os visito, empequeñezco, comienzo un capítulo, me aburro, hago el vago.
Abro un botella que no terminaré y que permanecerá durante una semana sobre la encimera, agriándose. Veo seriales, aprieto la anilla de un cuaderno, prudentemente me acuesto temprano.
Porque en la cama hace menos frío que en las habitaciones y porque dormido apenas se piensa.
¿Lo saben?
Apenas se piensa en que





Y luego las cuadrículas, invariables, marciales, de cada hoja intacta.

martes, enero 30, 2007

Final de partida

Rompe, rompe una tormenta. Me enseñaron a contar con los dedos los segundos que van del relámpago al trueno. Uno, dos. Justo encima de nuestras cabezas. Bang supersónico.
En el pasillo, me tiran de una manga y me dicen: Summan se ha escapado. Cogió un autobús a Barcelona.
Summan pensaba que esto no podía ser Europa. Que el barco tuvo que confundirse, que el mapa estaba al revés. Que el timonel o quien fuera encalló en una escollera demasiado poblada, cualquier cosa. Pero nada que ver con Europa, con esa Europa-Europa de guapas enfermeras y severos señores con bigote que le dicen es suficiente a una actriz vestida de purpurina.
Ayer, al volver del instituto, guardó algunas cosas en una mochila y se marchó. Una semana antes, en la biblioteca, me pidió un atlas.
Un atlas.
Uno muy bonito que tiene mapas desplegables e ilustraciones infantiles. Estuvimos hablando, yo le señalé los países en los que había estado (se sabía todas las capitales) y él puso un dedo sobre el cuerno de la India en el que vivía. En invierno nevaba. Le dije que en Cádiz nunca nieva. Luego le pregunté si estaba bien aquí y dijo que claro.

miércoles, enero 24, 2007

viejoBrad en secundaria

en F451 encontré un cabellomarcapáginas de la bella andrógina
que frotaba su nariz de polen
con el diente de león de cualquiera
en los lavabos

sólo tiene quince años
y parece un chico
[escupe igual de bien
igual de bien me redime
de abdicar de la procreación]

ella sola descubrió que
la primera página es una gran mentira
que
la segunda contiene las claves de un pensamiento
que
la tercera es el caligrama ponzoñoso de su vagina invertida

porque
aunque la muy bella muy herida muy callada
desconoce el lenguaje en el que estás escritas
las cosas imprescindibles
ya aprendió que viejoBrad
como los demás
era apenas un saco de vitaminas testiculares

y herida y callada la muy bella
ingiere en el borde de los labios del reptil
las pequeñas derrotas de los buenos ciudadanos
que no saben qué decirle
a esa edad

también yo
[buen ciudadano
a mi edad]
cabalgo a carcajadas con las alas
de quienes huyen de mí
sobre los despojos de la muy bella herida callada arpía
pensando que son mis enemigos
los asistentes sociales que permiten
que ella [muy callada herida arpía bella]
olvide sus graves pensamientos
cuando frota su nariz de polen
con el diente de un león alfa
decididamente sobrevalorado
en los lavabos
o en cualquier otro páramo

sábado, enero 20, 2007

Si dejo de pensar en ti, desapareces.
No es cierto que en mi ausencia
regreses a lugares oscuros
donde hace años encontrabas refugio.
Ni continúan tus pasos el camino
que interrumpo cuando de súbito
recuerdo quién eres y cuáles son tus pecados.
Ni vuelves a visitar a aquellos
que devoraban con fruición cada cucharada de tu sexo
cuando eras una niña consentida.
No, mi pequeña,
si dejo de pensar en ti desapareces.
Desaparecen tus talones, adornados con palabras
de una escritura que desconozco.
Desaparece el vientre ávido en el que nunca
encontré nada que no me fuera ajeno.

Sin embargo, es tan fácil convocarte de nuevo,
y en un instante recomponer tu figura sin que haya olvidado
ninguna de las partículas que te forman,
y proyectarlas, después,
sobre la pared de mi dormitorio.

Entonces estás a mi merced.
Mi voluntad te hace gatear a mi alrededor
y tu cuerpo palpita al ritmo de mis ideas.

miércoles, enero 17, 2007

adj. calif. masc. sing

De todos los que no he leído, había uno que recientemente me miraba inmisericorde, como diciendo.
Se acumulan, son gregarios y arman bronca, tienen tendencia a formar pequeños tumultos en las estanterías y montañas en el escritorio.

Sobre todo Vila-Matas, que, tan engreído y pagado de sí, no hacía otra cosa que menospreciarme repartiendo entre mis amigos admoniciones como "el estilo, chaval, ese estilo tan elegante" (¿quién puede seguir llamándome chaval con esta barba?), "un genio ese hijoputa", "como un reloj va cada libro", "el único escritor español que no lo parece" (esa dolió, sobre las demás).
De modo que Vila-Matas. Bien, sea.
Reúno algunos títulos, encargo otros, formo mi pequeña colección y, al azar, empiezo por Lejos de Veracruz.

Página 13 de la edición del 95 de Anagrama (las cursivas son mías):
"Hubo tras la entrañable cena una prudente retirada a primera hora de la madrugada. En un estado de cierta euforia etílica desperté, a las pocas horas de dormirme, en mitad de la noche xalapeña, con mi retina alucinada ante la súbita y fantasmal aparición del pico de Orizaba en mi horizonte visual."

Clic-clic-clic-cliché, uno tras otro.
O finge o tiene una patata en la boca.
Así que no jodan.

Días confusos. La tristeza se encajó en mis zapatos. Esas tuercas de la rutina, las otras verdades (las profundas) que finges no ver en otras ocasiones. La peste de las frases nominales que no dejas de formar, sin objeto. En amplios sentidos.

Al salir del trabajo, arranco y conduzco hacia el arrecife. Veo una derecha pequeña que medioabre a cincuenta metros de la orilla. Una furgoneta sin merca se aburre en el aparcamiento. Dos turistas alemanes comen mejillones en escabeche sobre las mesas invisibles del bar Eduardo, sucio y encadenado hasta la primavera.

Tiro unas fotos y remonto sin convicción. El frío araña, enmohece. Medio metro me peina y rebullo como un gato dentro de la casulla de goma.

Y espero, buda de terracota.

Espero.

En la U, a lo lejos, entra la primera serie. Es fácil seguirla con el dedo y verla rebotar contra la lengua de piedra y luego resbalarse, bordear el arrecife y erguirse de nuevo frente a mí.

Salto, trazo dos que ni me llegan a la rodilla, peleo para que una hermana mayor no me cierre encima, me puede una.

Y pronto me dejo vencer, aburrido y helado, a la hora del almuerzo.

Y recuerdo los primeros días del año, estas turquesas.

Días confusos, la tristeza, la inutilidad. La acumulación inane de pensamientos. La fatiga de masticar palabras tontas, como inane, en tontas frases sin objeto.

martes, enero 09, 2007

Me siguen desde hace tanto
que me acostumbré a su oscuridad en mi espalda.
Se mueven con especial sigilo
a pesar de las camisas empapadas de sudor americano,
las gotas de manteca en los labios,
la sombra azul de sus rostros.

Juegan a asustarme si no les presto atención.
Se bajan los pantalones para amedrentar con sus gusanos
a las señoritas recién llegadas a la ciudad.
Quieren tocarme.
Infectarme.
Porque piensan que soy uno de ellos.
Que tarde o temprano dejaré que mi cuerpo crezca
y que caigan mis babas.
Eso piensan.

Se equivocan.
No saben que soy pequeño e inmenso como el oxígeno.
Que calzo las sandalias del divino Mercurio.
En mí los bosques fríos, los hielos blandos -y lo ignoran-.
En mí los helados deseos de sus esposas.
En mí las velas de una flota naufragada,
las nalgas de una indígena que mastica medicina.

Pero no cejarán.
Esperarán a que me distraiga,
a que piense en las cosas nocivas que abren huecos dentro de mí.
Podrán cebos, trampas, lazos.
Quemarán las esquinas del bosque,
caminarán en círculos, cargarán pesadas hoces
y las harán sonar contra los troncos calcinados.
Mis sandalias aletearán como pájaros capturados, entonces.

Aprieto el acelerador.
El coche trepa entre las montañas.
La carretera se estrecha.
Detrás de mí los veo agitar sus antorchas,
conjurarse, maldecirme, prometerme que llegará el día
en el que amablemente veré crecer barba azul en mis mejillas,
y mis camisas se volverán de plástico
y gotas de manteca formarán collares en mi garganta rebanada.

Sucederá, gritan, sucederá.
No en vano conocen bien su oficio.

lunes, enero 08, 2007

Como una figura articulada
de humano tamaño,
mi sobrino duerme
dentro de su nuevo pijama
de Buzz-light-year.

Parece un combatiente exhausto,
rendido sobre el colchón anatómico
con el que mi hermana previene
nuestras hereditarias malformaciones.
Sólo tiene tres años
y ya ha visitado cien veces
las consultas de pediatras,
traumatólogos, urólogos,
neumonólogos y quiromantes.
En su brazo derecho
hay una ligera erupción cutánea,
producida por la última dosis
de las eficaces vacunas
que lo inmunizan contra mil amenazas.
Su carta astral dice

que morirá longevo,
que tendrá muchas amantes,
que formará una hermosa familia
y que los pequeños dormirán en sus camitas
como combatientes exhaustos.

Dentro de su pijama interestelar,
mi sobrino duerme apaciblemente,
rodeado de signos unívocos que afirman
su confianza en la bondad,
la justicia, el honor
y el amor heterosexual.
Los funcionarios del Estado
lo observan con optimismo.
Las granujas de las vecinas
añoran uno en sus brazos.

Pero cuando abro la puerta
de su dormitorio, tapizado
de ilustraciones infantiles,
y apoyo mi nariz
en los travesaños de madera
que lo protegen de caídas y desvelos,
cuando aparto la sábana
que cubre su almohadillado cuerpecito
y repaso con mis dedos
los dibujos de su nuevo pijama
sigo viendo en él
lo mismo
que contemplo en los que me siguen
cada mañana de camino al trabajo,
los rostros de los que yo persigo
cuando entro en una sala de cine
con la esperaza de sentarme
a ciegas
junto a una mujer hermosa;
lo mismo que veo
cuando contemplo
las mandíbulas batientes
de quienes bailan al amanecer
con cascabeles en los tobillos
y almendras bajo la lengua;
la misma segura y cálida
infelicidad,
el mismo desconcierto perdurable
y seguro,
la fragilidad, en fin,
de quien se sabe
una maldita semilla
involuntariamente arrojada
a un campo de mostaza.

martes, enero 02, 2007

puro mar de fondo

Sin viento y con veinte grados, una larga marejada de puro mar de fondo ha atravesado el golfo de Cádiz estos días.

Uno de enero. Mediodía. La cortina de espuma hacía imposible la remontada. Los pocos que se atrevían a entrar eran escupidos a la orilla de un manotazo. No es fácil ver el Palmar así de grande. En el aparcamiento, una chica vomitaba la cena de fin de año como diciéndome "ni lo intentes".
Y tenía razón. Pobre de mí, a punto de ser engullido por ¿dos? metros de dolorosa nieve. Ay.

Desde el pinar de la Breña, algunos picos recordaban al Cantábrico.
Cuatro rompientes de izquierda a derecha: las Cortinas, Castillejos, La Laja y Caños. Al fondo, el cabo de Trafalgar. Es insólito tanto tamaño y potencia en el sur.
Aun así, por la tarde también hubo tiempo para un poco de surf suave y espiritual.
Grandes augurios si la temporada 07 comienza de este modo. Las previsiones siguen dando mar para los próximos días. Mar y veinte grados. Y la playa sigue a dos canciones de Pink Floyd. Curo mis heridas, seco mi ropa y preparo bocadillos para mañana. Rum-rum, rumbo a otro océano.