martes, junio 17, 2008

Cada cosa en su sitio.
El mar en el lugar del mar.
Las rocas donde las rocas.
Y en los bosques secos, los senderos de piedra durísima, o tal vez dentro de la mantequilla o del pequeño café,
desde algún recodo en cualquier caso,
de nuevo,
de nuevo,
las palabras abriéndose camino, haciéndome temblar más que el filo del labio azul que percute contra mí en la primera serie, abriéndose camino en mi cuaderno, diciéndome es la piedra y el mar quien escribe y tú el medio,
diciéndome,
tú,
que en nada crees,
que juras que no tienes principios ni moral ni código ni ideario ni mágicas criaturas ni nada que tú no produzcas,

ahora
tienes un principio.
Ah, uno bueno.
Ah, una idea mía, mía y distinta, mía, y pienso soplar dentro de ella para que se hinche, y tener mucho cuidado (esta vez) para que no estalle (otra vez) y cuidarla de noche, que es cuando nos miramos tan fieros, y ser tierno con ella de día, que es cuando la asolan los ruidos y las distracciones, buscarle alimento, esos alimentos que las ideas necesitan para que no flaqueen, es decir, se queden flacas y se muera,
se me muera,
como un pececito
(pero los pececitos también se mueren si les das mucho de comer, ¡eh!, vigila eso, cuídate de eso, sé paciente y equilibrado con eso).

Un principio, ah.

Si tuviera ganas o necesidad o suficiente miedo como para creer en alguna melaza espiritual, al menos ahora tendría un motivo.
Porque admito que resulta espectral y médium, y que apenas me siento yo cuando escribo todo eso que ella me dice.
Como un evangelista
y prácticamente sin drogas encima.
Lo prometo.

Ah, un principio que me cubre como la espuma helada de la primera arruga gigante.
Detrás aguarda la serie,
decidida a reventarme contra el arrecife
a no ser que me atreva a encontrar, en ella,
el sendero de piedra dura, durísima
y afilada.

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Me pregunto si es necesario dejar de creer para creer como es necesario dejar de ser escritor para escribir (algo así decía Vila Matas, creo!).
Claro que pensar, comprender no es dejar de creer, es creer y es no creer. A la vez y por orden. Y sin que a uno se le atragante la paradoja.
También yo me pregunto de dónde vendrán las ideas… En cualquier caso, las tuyas a mimarlas, y duro con ellas, que demuestren todas las piruetas que les has enseñado a hacer…
Claro que tal vez haya entendido lo que me da la gana, con la poesía ya me pasa…

Pablo Gutiérrez dijo...

... también me pasa a mí que el retruécano se me escapa, pero verás como seguro que yo a esas ideas tan nuevecitas las mimo y las cuido hasta que algo salga de ellas. Estoy convencido, nunca lo tuve tan claro.