miércoles, octubre 01, 2008

Fui a surfear a Cortadura. La borrasca que se encajó en el estrechó levantó una pequeña marejada en Cádiz. Después de la lluvia y de las multitudes del verano, la playa estaba comida de mierda: agua terrosa, arena rajada de espuma seca y amarilla, dispersión de latas de conserva, mondas de naranja, papel de aluminio, aparejos, mierda difusa y abundante.
Es frecuente aquí, nada que ver con el azul mágico de Portugal ni con el verde intenso de Marruecos, nada. Si entra un maretón potente, la arena del fondo se revuelve como polvos de colacao y la ola se enturbia con ese color tan feo.
Pero esta vez no era sólo el color, y tampoco había sido tan potente la marejada como para aquel precipitado.
Esta vez olía a mierda de veras, sabía a mierda de veras, era pura mierda el agua de Cortadura, con su ligero medio metro, ramplón y corto y aburrido.
Los caños de la Cortadura, me dije, ah claro: el rompiente quedaba justo delante de toda esa putrefacción que las tuberías de Cádiz sueltan al océano sin depurar. Directamente de su vientre a mi nariz.
No sé si es muy poético esto, pero es la primera vez que surfeo sobre las heces de media ciudad, sobre esa balsa diarreica de lodo y digestión atrasada. No, definitivamente no es nada poético.
Luego, en casa, después de sacarme el traje y rasparme bien, temí que no hubiera manera de arrancarme aquel olor a estómago podrido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa experiencia ya me ha pasado dos veces con esta última. Cuando esto ocurre, lo único en lo que pienso es, en mierda eres y en mierda te convertiras (o era polvo?). En fin, no se lo cuentes a mucha gente!

Lara dijo...

qué mierda
es repetir, pero qué otra palabra