miércoles, abril 08, 2015


Ya es abril, todo comienza de nuevo, el libro me tiembla en las manos y no lo reconozco, cometo el terrible error, tan vanidoso, de leer el comienzo, alguna página más, y me parece ajeno como una extremidad que se te queda dormida y parece la mano de un muerto, olvidé las cosas que tenía en la cabeza cuando comencé a escribirlo, las justificaciones, las ideas, los presupuestos y los motivos, siempre importan los motivos, sin motivo no hay nada, sin motivo sólo queda el ejercicio de sentarse a escribir como el que se ejercita con cualquier otra habilidad artesana o deportiva, y eso ya no sirve, hace tiempo que no sirve, ni me sirve a mí ni le sirve a nadie, escribir (la gramática y el tropo, la narratología) es fácil si tienes tiempo y nadaquehacer a tu disposición, escribir así es muy fácil y yo lo he hecho durante años, escribir hacia ninguna parte o acaso hacia el final del documento, no más, sin motivo, quizá porque no hay niños en casa y prefieres escribir a pensar que pierdes el tiempo sin fruto, y entonces escribes pensado que es algo noble y fructuoso, cuando no es así, cuando no es noble, cuando no da fruto, cuando descubres que te devora y se alimenta de ti, el libro quiero decir, el libro se alimenta de ti, también lo hacen los niños, dos, y también lo hace el trabajo, uno, pero doscientos estudiantes, y hoy alguien me enseñó unas fotos de un tipo que no conozco pero que como el personaje de una novela, la mía y la primera, lo deja todo y se marcha lejos, a Panamá, para vivir de lo puede y surfear olas cóncavas como naves de aqueos, y yo veo esas fotos y parecen de mentira porque el tipo vuela sobre las rampas de agua y el tipo bucea con tortugas, en serio, con tortugas gigantes y el tipo bucea al lado y se hace fotos, y yo aquí varado esperando que termine el temporal de levante, tan fierísimo, y que el viernes se abra un agujero y aparezca al menos medio metro de cremalleras que me quiten esta ansiedad porque entro a trabajar a las diez y la pleamar será a las ocho y ellos, los doscientos, no lo sabrán pero yo les daré clase otra vez con la sal pegada al cuerpo, la tabla en el coche y el olor del neopreno que sólo yo percibo después de un baño de primera mañana, privado, no panameño, sin tortugas ni beldades pero mío y sin libros repentinos. Después, el lunes tendré que hablar de esos libros, explicar el motivo, los bolígrafos harán clic. A ver qué se me ocurre, a ver si recuerdo la causa. Había una, al principio. Había, ya lo recuerdo. Y era una buena causa. De las mejores. Era Reme, y su historia, las cosas que le ocurrieron. Y yo tenía que contarlo.

1 comentario:

Blumm dijo...

Bien, bien, pinta bien.